La histeria de la anti-inmigración en los Estados Unidos (EEUU) no ha menguado. Ayer y hoy, entre el sector más conservador de la sociedad, impera el cinismo. Los reaccionarios del pasado son los reaccionarios del presente.
El movimiento que respalda ciegamente al actual ocupante de la Casa Blanca, viene siendo el mismo movimiento ideológico rabioso que, históricamente, ha encabezado el sentimiento: antichino, anticatólico, antijudío, antijaponés, antiafroamericano, antimexicano, antilatinoamericano…; son los mismos descerebrados que creen que los antiguos inmigrantes, por ser primariamente “blancos”, eran “mejores” que los inmigrantes de la actualidad; son los mismos que hoy utilizan el término abstracto de “ilegal” para intentar robar la humanidad de millones de personas; son los mismos que vociferan que, ante cualquier desorden nacional, se debe de culpar de todo al inmigrante.
Si el actual ocupante de la Casa Blanca desea que las personas no tengan razones para emigrar hacia los EEUU debería, precisamente, de comenzar por dar garantías para que su gobierno no siga dando esas razones al latinoamericano para emigrar. ¿Cómo? No entrometiéndose en el proceso de desarrollo de los países de Centro, Sudamérica y México. Querer “acabar con la emigración” del Sur hacia el Norte por medio de un muro, es como exigir “que México no envíe drogas a EEUU” y, al mismo tiempo, no hacer nada para erradicar las adicciones en territorio estadounidense.
En defensa del inmigrante, en contra del cinismo antiinmigrante de ayer y hoy, yo pregunto: Y si no fueron inmigrantes, entonces, ¿quién fundó, quien desarrolló, quién dio forma a los EEUU? Como lo señaló en su momento John F. Kennedy:
“Cada nuevo grupo de inmigrantes fue recibido por los otros grupos que ya vivían en los Estados Unidos y la adaptación a menudo fue difícil y dolorosa… De algún modo, las dificultosas adaptaciones ocurren y la gente se concentra en ganarse la vida, crear una familia, convivir con sus nuevos vecinos y, en el proceso, construyen una nación”.